martes, 23 de marzo de 2010

Un regalo envenenado

Lo vi. encima de la mesa cuándo llegué, estaba en una bolsa de plástico de las que dan en el "súper", Jordi me dijo, te lo ha traído Juan, dice que se lo ha dado Jaime para ti.Lo miré de reojo y seguí hacía la cocina, me has oído, me preguntó, sí, claro que te he oído, pero tengo cosas que hacer, siempre igual, murmullo, ¿que dices? le contesté con rabia.nada hija nada, que cuándo te pones así, dan ganas de marcharse, ¿a dónde?, le pregunté.al infierno, si hiciera falta, porque mira que te gusta mortificar te, Jordi tenía razón, pero yo no podía evitarlo, parecía que necesitaba revivir el pasado, de lo contrario no era capaz de seguir adelante.
Jordi, desde mis diecisiete años, fue mi paño de lágrimas, estuvo ahí siempre, aún cuándo no entendía, que me emperrase en recordar un pasado, que ya debería estar muerto y enterrado.
Él no entendía, que era inevitable y así se lo decía.
Sí Nuria, si yo lo entiendo, pero no se puede estar siempre recordando, lo que pasó, ya no vuelve, es inútil que te amargues, no me amargo Jordi, solo que..., solo que te gusta ahondar en la herida, no cariño, no es eso¿que es entonces Nuri?, no se, pero...ésta vuelta... no se si ha sido acertada, todo y todos, parecen rodearme, parece...como si el pasado estuviera ahí, a cada paso que doy, recordándome, afilando con saña su recuerdo.
Después de comer, sin preocuparme de nada más, me fui al salón, abrí ávida el paquete, como si no supiera de que se trataba, busqué mis gafas, las negras de ver, como yo les llamaba y recostada en el sofá, bajo la ventana, aprovechando los cálidos rayos de sol, que después de un aguado invierno, parecía que habían venido para quedarse, (no estaba yo muy segura de eso) lo abrí y empecé a leer.
Mi preocupación, no tenía razón de ser, sabía perfectamente lo que me iba a encontrar, aún así...seguí leyendo.
No esperaba encontrármelo tan pronto, no necesité averiguar mucho, para reconocer sus frases, sus...capitulaciones como yo les llamaba, un frío seco me recorrió por dentro, la cara me ardía, apoyé el libro sobre mis piernas, e intenté secarme las manos, no quería que se estropease, Jaime me lo dejó, sin haberlo leído y no veía bien, devolverlo manoseado, me acordé de Jordi, siempre que decía algo así, contestaba, para que no se manosee, no se toca y, mi respuesta, ya listo, entonces como lo leo.
Reanudé mi lectura, el frío dio paso a un calor intenso, a una rabia contenida, solté el maldito libro (esta vez no me preocupé de estropearlo) volví al comedor, Jordi liaba sus cigarrillos, no articulé palabra, pero él sabía que estaba furiosa, ¿que te pasa ahora? me preguntó, sin levantar las manos de la maquinita, me va a estallar la cabeza, respondí, ¡no puedo más¡ como pudo ser tan malo¡
Como si no lo hubieras conocido , siempre te lo he dicho,, el pasado enterrado y bien tapado.Jordi, no tenía derecho a hacernos lo que nos hizo, y lo peor...que nos amargó la vida y nunca fue capaz de ser feliz, hay cosas que nunca se las podré perdonar.
Jordi;__ si yo aquellas Navidades hubiese estado aquí... qué, le contesté, que las cosas serían de otra forma Nuri, ¿no me habrías dejado ir? le pregunté, sí, claro que habrías ido, pero solo eso, era mi deber y además sabes que...no lo hice por obligación, no sabes lo mal que lo pasé, no se lo que contaría cuándo nos vinimos, pero...todo el cariño que había tenido en otro tiempo, parecía que se había esfumado, solo la "nina" me dio cariño, como siempre, ¡siempre fui su "petitona"¡
Y el viaje...¡Dios¡ no te imaginas, en dos ocasiones estuve a punto de bajarme del tren y pedir una ambulancia, cuándo llegamos aquí, el médico lo reconoció, no se podía creer lo que le contaba, Nuria, no está bien me dijo, pero no puedo creer, que te haya hecho pasar esa amargura que me cuentas, claro que...me lo creo, solo hay que verlo y oírlo, ¡paciencia¡ ya es lo que te queda.
Nunca pensé en volver a mis raíces, creía que ya no me quedaba más que el recuerdo, el ropón de mi abuelo, aquel tren de madera y el papelón de caramelos del bodegón, que me compró mi prima, para el viaje, pero...la vida, es caprichosa y cuándo más seguro estás de algo, te gira la cara y a empezar de nuevo.
Ésta vez si lo tenía planeado, pero algo me hizo retroceder, sabía que tenía que cambiar y podía haber elegido cualquier lugar o mejor cualquier provincia, porque sí fue un lugar cualquiera, pero no podía ser cualquier provincia, tenía que ser ésta.
El dichoso papeleo, tuvo la culpa, llevábamos un tiempo en la sierra del pozo, el lugar era precioso, el ambiente del pueblo acogedor, aunque muy frío, debido a sus acuíferos.
Me integré, ¡mi primera Semana Santa en mi tierra¡ aunque...mi tierra no era, elegí un lugar, pensando que seria lo mismo, no, no era lo mismo.
El autobús salía a las seis de la mañana, tenía un largo tramo hasta llegar a la Hera baja, donde paraba, aquella noche no dormí, a las cinco ya estaba vestida y con el bolso preparado.
Tuve que coger dos autobuses para llegar al enlace con mi destino, eran casi las diez de la mañana, no había enlace hasta las doce, estaba nerviosa, parecía que todo el mundo me miraba, no sabía donde fijar la vista.
Las doce, ¡por fin¡, ese es el autobús, me indicó el señor de la taquilla, muy amable gracias, llevaba el billete en la mano, no sabía si tenía que dárselo al chofer, la agente, me miraba, nadie me dijo nada, pero no dejaban de "hacerme la foto" una vez sentada... el cuchicheo, esta no es del pueblo, yo no la conozco, creo que no pararon hasta llegar a destino, yo me ensimismé, mirando a través de la ventanilla, ¡que cambio¡, el color del cielo, los campos de olivos, que aquí ,sí parecía un mar verde y plateado, como yo los recordaba.
Mis ojos se bañaron de aquel paisaje, mi pecho, respiraba aquel aire, a pesar de estar dentro del coche, estaba segura que lo respiraba.
Llegamos al cruce, en un otero, majestuoso, ahora más que nunca, sentía mi pueblo, a mi izquierda el Castillo, solemne ondeando sus banderas, me saludaba, giraba la cabeza para empaparme de aquella vista, para mí en aquel momento, ¡Celestial¡
No sabia que tenía dos paradas, y me bajé en la primera que paró, ante mí, aquellas majestuosas sierras, el mercado, ¡cuantos recuerdos¡ el Hotel, la cuesta que llevaba hasta correos, el espejo, aquel que tantas veces, nos sirvió a Jordi y a mí, para discutir, ¡que pites¡ que no Nuri,¿no ves el espejo?, ay que cateta, y tú…de capital pero también cateto, eran peleas, sin importancia, tonterías, ante mí, la plaza, con la Iglesia y a un lado el Ayuntamiento, ahora sí, ahora el aire de mi tierra, entraba en mis pulmones, como queriendo acapararlo, para llevármelo conmigo.
Aquel día sería el primero, de mi andadura, por una tierra que me vio nacer, en la que sufrí el dolor y el desagravio y en la que también encontré el calor de los míos, lo habían guardado tantos años, que ahora me lo daban sin merecérmelo, a manos llenas

sábado, 13 de marzo de 2010

De Cartas a mi madre, Recuerdos













¡Cuánto tiempo sin escribirte! pero, no creas que te he olvidado, eso nunca pasará, ni aún quedando me sin memoria podría olvidarte, sé que lo sabes, pero las letras se me resisten, el mundo se me viene encima y la nostalgia se apodera de mí.Muchos recuerdos, demasiados para asimilarlos, te necesito a mi lado, pero me alegro de que no estés, este mundo, parece que se ha vuelto loco, hasta el tiempo vaga a su libre albedrío.Llueve con rabia, como si quisiera demostrarnos que el nuevo diluvio, es posible, hace que florezca el mal estar y la miseria. Se ven más pobres, más necesidad, las personas hemos cambiado, ya se que el ser humano, ha tendido siempre ha fastidiar en lo posible a su entorno, pero...creo que los avances tecnologicos, los logros en todas las materias, nos están volviendo menos humanos, a veces pienso que nos robotizamos.Esta semana, nevó, lo mismo que cuándo yo, solo tenía 12 años, ¿lo recuerdas?.Eso me volvió atrás en el tiempo, volví a ser niña, el estanque de la plazoleta, era un pequeño montículo blanco, ¡que pena de los peces!. los bancos ni se veían, y los árboles de los parterres, desprendían de sus copas, los blancos y abultados copos de nieve, poco duraban los huecos de las pisadas, nevó durante dos días, y toda la ciudad era un caos.Por unos instantes, sentí que vivía de nuevo aquella infancia.Ha vuelto a nevar, mañana te seguiré escribiendo.


Han pasado muchos días, estuve recordando aquel año, es lo que tiene, que cuándo vivo una nevada no dejo de recordarlo, y..he vivido más de una, tu lo sabes bien.

Esta última en especial, me trajo amargos recuerdos, aquel año para nosotras, a pesar del dicho de que...año de nieves año de bienes, no fue así, quizá fue el más amargo de nuestras vidas, al menos si de la mía, ¿porqué? siempre me hice esa pregunta y te la hice, de mayor lo entenderás, me respondías, soy mayor, y...no lo entiendo.

Habían pasado unos meses de la nevada, la vida, se había normalizado, la euforia de aquellos hermosos momentos, al menos para mí, que solo contaba con 11 años, quedaron atrás, de nuevo la rutina la niña chica, el colegio, ir a entregar la faena, cuándo salia a las cinco, los deberes, la cena y...el miedo a que algo no hubiese hecho bien, pues ello conllevaba el consiguiente castigo, pero...cada día tenía menos miedo, me estaba haciendo mayor, me hice mayor a pasos agigantados.

Aquel día, prometía ser uno e tantos, pero no, no fue como los demás, aquel día ya lo he dicho y repito, fue el más amargo de mi vida, un día que se gravó en mi mente de niña mayor, para no borrarse nunca.

Un barrio adinerado de la ciudad, las doce del medio día, cruzaste la calle, sabias lo que estabas haciendo, justo cuándo aquel enorme camión se cruzó a tu paso, ¿que pensabas? ¿sabias que podías dejarme sola? creo que no, por eso en el último momento, se grabó tu mano en el chasis, debiste ver un ogro en el último momento, pero, a pesar de todo, no estuviste sola, alguien veló por ti y aunque el impacto fue fatal, el tiempo te ayudaría a recuperarte.

Estaba en el colegio, justo en clase de gimnasia, no lo olvidaré era febrero, y solo llevaba la falda de algodón, azul plisada y los bombachos , una blusa de manga corta, la monja me bajó la rebeca al patio, me ayudó a ponérmela y sin mediar palabra, me acompañó a la puerta.

Mi tía me esperaba, sería, como nunca la había visto,¿ que pasa tía? pregunté,nada, tienes que acompaña me, vamos al clínico, ¿al clínico? y, allí que teníamos que hacer, pensé, pero no articulé palabra,al llegar a la carretera, paró un taxi, y con el mismo silencio, llegamos al hospital.
Los pasillos interminables y fríos, me daban la sensación de estar en un laberinto sin salida.

Dos horas pasaron, por fin una religiosa, con enorme toca blanca, se acercó, ya pueden subir, nos dijo, por una de las numerosas puertas de aquel pasillo subimos unas escaleras, al final y de frente una enorme sala con algunas ventanas, un pasillo al centro, y a ambos lados, tantas, que no fui capaz de contarlas en aquel momento.

Allí en la primera cama entrando, estabas, no eras ni tu sombra, la rabia me consumía, no sabia como contenerla, de haber podido, me habría pegado con el primero que se me acercase, yo no me sentía culpable, pero...creí que en aquel momento todos pensaron que era mi culpa.
Con el tiempo, demostré que estábamos hechas de la misma pasta.
Me levantaba antes de que sonase el despertador, cuándo mi padre se levantaba, tenía el pan tierno el café y la fiambrera para llevarse, no me dirigía la palabra, solo exigía, que al día siguiente, procurase ir antes a por el pan, la niña podía despertarse, y...claro no iba él a preocuparse de estar por ella, no se como callaba, era muy rebelde y siempre desde que cumplí los once años, le contestaba, tenía miedo, que en el estado de mi madre, se le ocurriese ponerle la mano encima, no sería la primera vez.
durante seis meses, me ocupé de la casa, lavar la ropa con una lavadora alquilada por horas, de atender al médico cuando iba a visitarte, llevar a la niña a la guardería y recogerla a las doce, para que comiera en casa, por la tarde de nuevo a la guardería y si podía...me quedaba a alguna clase, nadie me ayudó, la monja, me pasaba los deberes, y si algo no entendía, me lo explicaba al salir a las cinco, pero yo siempre tenía prisa, estabas sola, y había tantas cosas que hacer,