Hoy...quiero confesarme...
Han pasado los años, tantos, que creí seria difícil recordar, pero no ha sido así, solo tuve que desempolvar los archivos del sueño, esos que guardo en el desván de los sueños rotos.
Y he vuelto a mis catorce años, a mis tiempos de escuela, aquellos años, de los que en tanto tiempo, olvidé que existían, o mejor, quise olvidarlos, por miedo, por dolor, o...quien sabe si por sentirme culpable, de haber vivido en una época, en la que siempre pensé que no era la mía.
"Cuatro gatos", así nos calificaba nuestra profesora y de no haber sido, por la forma de expresarlo, hubiese pensado que no encerraba mala intención.
Ciertamente, éramos algo menos de diez alumnas, en una clase normal si nos centraban en ella, éramos como un cuadro, con un enorme pas par tout, por eso la dirección del colegio, decidió aprovechar el espacio en el segundo piso, un pequeño recuadro, tan tan pequeño, que una mesa y cuatro pupitres eran todo el mobiliario, eso sí, con el espacio justo, para que los "gatos" en este caso "gatas", pudiésemos acceder a nuestra plaza, la enorme ventana, era la protagonista de la clase.
Todas veníamos de cursos, en los que nuestras docentes, eran más jóvenes y me atrevería a decir, que menos amargadas, excepto dos, las demás, tuvimos la misma profesora en los tres cursos anteriores y puedo asegurar, que eran como noche y día.
La ventana de la clase, tenía una hermosa panorámica, el insti, de los chicos y nuestra suerte era, que nuestra querida tutora, a partir de las tres, parecía estar programada, con nuestra pequeña ayuda, en el momento en que el sueño empezaba a vencerla, bajábamos con mucho cuidado la persiana, con el fin de que el sol, no perturbase, su cotidiana siesta.
Tenía nuestra querida Hna, digo querida porque, aún y no ocupando en nuestras vidas el mismo lugar, que las anteriores, no la queríamos mal, pero...teniendo en cuenta que estábamos en una edad, algo difícil, nos costaba entender su amargado carácter y claro está, como a cualquier jovencita, nos encantaba, disfrutar de aquellos momentos, en los que podíamos, mirar con sigilo por la enorme ventana, levantando con cuidado la persiana, para ver como nuestros amores platónicos, entraban en el "Insti".