sábado, 13 de marzo de 2010

De Cartas a mi madre, Recuerdos













¡Cuánto tiempo sin escribirte! pero, no creas que te he olvidado, eso nunca pasará, ni aún quedando me sin memoria podría olvidarte, sé que lo sabes, pero las letras se me resisten, el mundo se me viene encima y la nostalgia se apodera de mí.Muchos recuerdos, demasiados para asimilarlos, te necesito a mi lado, pero me alegro de que no estés, este mundo, parece que se ha vuelto loco, hasta el tiempo vaga a su libre albedrío.Llueve con rabia, como si quisiera demostrarnos que el nuevo diluvio, es posible, hace que florezca el mal estar y la miseria. Se ven más pobres, más necesidad, las personas hemos cambiado, ya se que el ser humano, ha tendido siempre ha fastidiar en lo posible a su entorno, pero...creo que los avances tecnologicos, los logros en todas las materias, nos están volviendo menos humanos, a veces pienso que nos robotizamos.Esta semana, nevó, lo mismo que cuándo yo, solo tenía 12 años, ¿lo recuerdas?.Eso me volvió atrás en el tiempo, volví a ser niña, el estanque de la plazoleta, era un pequeño montículo blanco, ¡que pena de los peces!. los bancos ni se veían, y los árboles de los parterres, desprendían de sus copas, los blancos y abultados copos de nieve, poco duraban los huecos de las pisadas, nevó durante dos días, y toda la ciudad era un caos.Por unos instantes, sentí que vivía de nuevo aquella infancia.Ha vuelto a nevar, mañana te seguiré escribiendo.


Han pasado muchos días, estuve recordando aquel año, es lo que tiene, que cuándo vivo una nevada no dejo de recordarlo, y..he vivido más de una, tu lo sabes bien.

Esta última en especial, me trajo amargos recuerdos, aquel año para nosotras, a pesar del dicho de que...año de nieves año de bienes, no fue así, quizá fue el más amargo de nuestras vidas, al menos si de la mía, ¿porqué? siempre me hice esa pregunta y te la hice, de mayor lo entenderás, me respondías, soy mayor, y...no lo entiendo.

Habían pasado unos meses de la nevada, la vida, se había normalizado, la euforia de aquellos hermosos momentos, al menos para mí, que solo contaba con 11 años, quedaron atrás, de nuevo la rutina la niña chica, el colegio, ir a entregar la faena, cuándo salia a las cinco, los deberes, la cena y...el miedo a que algo no hubiese hecho bien, pues ello conllevaba el consiguiente castigo, pero...cada día tenía menos miedo, me estaba haciendo mayor, me hice mayor a pasos agigantados.

Aquel día, prometía ser uno e tantos, pero no, no fue como los demás, aquel día ya lo he dicho y repito, fue el más amargo de mi vida, un día que se gravó en mi mente de niña mayor, para no borrarse nunca.

Un barrio adinerado de la ciudad, las doce del medio día, cruzaste la calle, sabias lo que estabas haciendo, justo cuándo aquel enorme camión se cruzó a tu paso, ¿que pensabas? ¿sabias que podías dejarme sola? creo que no, por eso en el último momento, se grabó tu mano en el chasis, debiste ver un ogro en el último momento, pero, a pesar de todo, no estuviste sola, alguien veló por ti y aunque el impacto fue fatal, el tiempo te ayudaría a recuperarte.

Estaba en el colegio, justo en clase de gimnasia, no lo olvidaré era febrero, y solo llevaba la falda de algodón, azul plisada y los bombachos , una blusa de manga corta, la monja me bajó la rebeca al patio, me ayudó a ponérmela y sin mediar palabra, me acompañó a la puerta.

Mi tía me esperaba, sería, como nunca la había visto,¿ que pasa tía? pregunté,nada, tienes que acompaña me, vamos al clínico, ¿al clínico? y, allí que teníamos que hacer, pensé, pero no articulé palabra,al llegar a la carretera, paró un taxi, y con el mismo silencio, llegamos al hospital.
Los pasillos interminables y fríos, me daban la sensación de estar en un laberinto sin salida.

Dos horas pasaron, por fin una religiosa, con enorme toca blanca, se acercó, ya pueden subir, nos dijo, por una de las numerosas puertas de aquel pasillo subimos unas escaleras, al final y de frente una enorme sala con algunas ventanas, un pasillo al centro, y a ambos lados, tantas, que no fui capaz de contarlas en aquel momento.

Allí en la primera cama entrando, estabas, no eras ni tu sombra, la rabia me consumía, no sabia como contenerla, de haber podido, me habría pegado con el primero que se me acercase, yo no me sentía culpable, pero...creí que en aquel momento todos pensaron que era mi culpa.
Con el tiempo, demostré que estábamos hechas de la misma pasta.
Me levantaba antes de que sonase el despertador, cuándo mi padre se levantaba, tenía el pan tierno el café y la fiambrera para llevarse, no me dirigía la palabra, solo exigía, que al día siguiente, procurase ir antes a por el pan, la niña podía despertarse, y...claro no iba él a preocuparse de estar por ella, no se como callaba, era muy rebelde y siempre desde que cumplí los once años, le contestaba, tenía miedo, que en el estado de mi madre, se le ocurriese ponerle la mano encima, no sería la primera vez.
durante seis meses, me ocupé de la casa, lavar la ropa con una lavadora alquilada por horas, de atender al médico cuando iba a visitarte, llevar a la niña a la guardería y recogerla a las doce, para que comiera en casa, por la tarde de nuevo a la guardería y si podía...me quedaba a alguna clase, nadie me ayudó, la monja, me pasaba los deberes, y si algo no entendía, me lo explicaba al salir a las cinco, pero yo siempre tenía prisa, estabas sola, y había tantas cosas que hacer,

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