lunes, 21 de septiembre de 2009

El rayo


Apenas tenía cumplidos los siete años, ya me sentía totalmente integrada en aquel nuevo mundo, ¡tan diferente del que quedó atrás¡, pero era mi nueva vida, mis sierras, las colas, el cortijo,todo quedó atrás, aunque permanecía vivo en mi memoria.



Es increíble que un niño, recuerde durante toda su vida, sus primeros años, más cuándo había sido una estancia tan corta, apenas tenía cuatro años, cuándo arrancaron mis raíces para implantarlas,en una nueva tierra.



El hecho de haber creído , que aquel viaje no era para siempre, seguro me ayudó a no olvidar y guardar en lo más intimo de mi ser, mis raíces.


Era Junio, la víspera de San Antonio, mi madre había estado todo el día trabajando y yo, como niña, me lo pasé jugando en la plazoleta, imaginaros como acabé, llena de tierra por toda partes.


No teníamos cuarto de baño y por no molestar a mi abuela, como el tiempo lo permitía, mi madre decidió, subir al terrado para lavarme en el lavadero, serían las ocho de la tarde, mi padre se había ido desde el trabajo, al dentista, así que estábamos solas en casa.


Sentada en la piedra del lavadero, empezaron a caer unas finísimas gotas, y el cielo empezó a oscurecerse, pequeñas ráfagas de luz lo iluminaba, y en algunos segundos, se oía un estruendo, pregunté a mi madre,


mama, ¿ que son esas luces y ruidos?, me contestó, eso son truenos, se acerca una tormenta de verano, continué, entonces...¿eso hace daño?, ¡claro hija¡ si te cae encima.


Seguí insistiendo, y...a la gente que va por la calle, ¿le puede caer uno?


pues sí, me contestó


y la mata, insistí


nana cariño, claro que la puede matar, pero, aquí hay para rayos, en la fábrica de hielo.


Asustada, le dije, mama, vámonos, que no quiero que me mate uno.


Mi madre, reaccionó rápido, me cogió en brazos y en aquel momento, sentí como si me pellizcaran, ay, me ha pellizcado, pero mi madre, seguía directa a las escaleras, que bajaban hasta la cocina, comentando, ni siquiera te he secada y vas chorreando.


No era agua, al llegar al pequeño rellano de entrada a la casa, con la luz de la cocina, vio ciertamente que no me había dejado mojada, ¡era sangre¡


El grito terrible de mi madre, alertó a los vecinos, que de un solo golpe, abrieron la puerta cerrada con llave, los primeros en llegar, fueron Oscar y Jordi, me cogieron en volandas, y corrieron hasta la Alcaldía, que estaba en la carretera de santa Eulalia, a unos seiscientos metros.


Detrás y casi ahogando se, llegó Pepe, mi primo mayor, estaba enfermo del corazón.


En pocos minutos, llegó el Doctor Badía, que era el médico del barrio, al ver mi rodilla casi destrozada, limpió la herida y pidió que me llevasen al Hospital Clínico.


Más de un año pasé, con la pierna entablilla da, entonces no existían tantas cosas como hoy, y mi abuela ideo, con las tablas de las cajas de plátanos, que entonces venían así embalados, y con unas corbatas del abuelo, para envolverlas, sujetarme la pierna, para que no la doblase.


Creía, que lo más doloroso para mí, había sido salir de mi pueblo.


En Noviembre de aquel mismo año,comprobé que no, mi tete, después de mi accidente, empeoró de su enfermedad, y con solo diecisiete años, nos dejaba, fue un Domingo, mi tía , la abuela y mi madre,estaban en misa,, mi tío Pedro, solo hacía una hora que había llegado del trabajo, pues tenía turno de noche, cuándo decidió irse a la cama, se encontró a Pepe, intentando incorporarse, pero ya sin fuerzas, lo último que dijo, Papá, cuida a la nena.


Nunca, quisieron decírmelo, pues su muerte, me afectó sobremanera, cuándo ya tenía diecisiete años y con novio, para casarme, mi tía me lo contó, más adelante contaré esta historia, la relación de mi noviazgo y mi primo.

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