Allí en aquella lúgubre trastienda, pues mi nueva casa no era otra cosa, que una trastienda, con habitaciones, iban a transcurrir los años de mi infancia y mi adolescencia, también allí nacería mi hermana.
No tendría más de ocho años, aquel domingo de marzo, había amanecido soleado, mi tía y mi prima, hacia ya días que llegaron del pueblo, mi madre no tenía más que a ellas, claro que, no por falta de familia, ahora con los años, me doy cuenta que era por su orgullo, en eso, las dos nos parecemos, aunque no se si yo, habría sido capaz de prescindir de mis hermanos, por defender a quien no se lo merecía, pero...eso ya es harina de otro saco y mejor dejarlo enterrado, algunos recuerdos, solo traen amarguras y la vida es corta para no disfrutarla.
Volviendo al tres de marzo, después de comer, mi prima empezó a encontrarse mal y mi madre llamó al médico, la Doctora, le recetó algo y tuvieron que ir a la farmacia de guardia, recuerdo a mi madre alta delgada con aquella enorme barriga, no perdió su esbeltez a pesar del embarazo. Por entonces, en las farmacias tenían una cajita con cristal en la puerta, anunciando las que estaban de guardia, solo tuvo que subir la calle, en la esquina con la carretera, estaba la del Señor Antonio, el Turmo, como se le conocía en el barrio.
Estaba de guardia, la de la calle Igualdad, no es que estuviese lejos, pero para mi madreen su estado, le pareció kilométrica la distancia.
A las cuatro, bajó mi "mamaica" era mi vecina, desde siempre la llamé así, hasta que perdí su pista hace ya cuatro años, contaba ya con noventa años, y estaba tan ágil como yo la recordaba.
Mi tía, que era algo mandona, le pidió que se me llevara a su casa, parecía que la llegada de la cigüeña era inminente y claro, que hacía allí una mocosa, no sabía ella, que yo no me chupaba el dedo.
Nos subimos las dos a su casa, Mariona, había salido con su novio y Paquita, por aquel entonces estaba en el hospital de San Pablo, oía comentar, que estaba enferma del pecho, pero yo cuándo subíamos a verla, la veía guapísima.
Margarita, que era el nombre de mi "mamaica", intentaba distraerme, decía que aquella noche, la cigüeña había estado rondando por mi terrado, así que seguro que muy pronto tendría un hermanito o hermanita, yo asentía con la cabeza, pero para mí, pensaba, que se creerán que no se que mi madre tiene un niño en la barriga, claro que eso, no podía decirlo y menos delante de mi padre.
Cuándo subía a su casa, me gustaba jugar en la habitación de Paquita, tenía muchas cosas menudas, casitas de muñecas, y libros, sobre todo cuentos, que a mí ya por entonces, me apasionaban.
Desde el balcón, oí hablar a mi padre, que llegaba corriendo casi que empujando a la Latre, la Latre era la señora Antonia, la comadrona, llevaba una enorme pamela y unos largos y blancos guantes, venía de un bautizo.
A los pocos minutos, desde la galería, se oyeron unos llantos de bebé, grité, mamaicaaaaaaa, que ya, que ya, que Yaa...qué, me preguntó, que ya ha...que ya mi madre, me hice un lío, no me atrevía a decir, que ya ha parido y acabé diciendo que ya se fue la cigüeña y dejó el paquete.
Parece que estoy viendo la cara de Margarita, intentando que no se le notara la risa, vamos "botazas" me dijo, que se creen que eres tonta, y bajamos a ver que pasaba.
Allí, en la cama, estaban mi madre y la niña, me dijo, ven nana, mira tu hermanita, me acerqué despacio, como si lo que me quería enseñar mi madre, fuese algo raro y...!por Dios, que la lié bien¡
! Mama, que cosa más fea¡ fueron mis primeras palabras, mi madre se echó a reír y no quiero recordar la cara de mi padre, pero la verdad, es que la niña era fea con ganas.
Poco tiempo pasó, para que la viera, como la niña más bonita del mundo, y no me separaba de ella para nada, mi madre se iba muy temprano a trabajar a las cinco de la mañana, y allí estaba yo, al lado de su cuna, vigilante, por si me necesitaba, fui su sombra hasta que...la vida y las circunstancias, cortaron aquel cordón que nos unía.
No tendría más de ocho años, aquel domingo de marzo, había amanecido soleado, mi tía y mi prima, hacia ya días que llegaron del pueblo, mi madre no tenía más que a ellas, claro que, no por falta de familia, ahora con los años, me doy cuenta que era por su orgullo, en eso, las dos nos parecemos, aunque no se si yo, habría sido capaz de prescindir de mis hermanos, por defender a quien no se lo merecía, pero...eso ya es harina de otro saco y mejor dejarlo enterrado, algunos recuerdos, solo traen amarguras y la vida es corta para no disfrutarla.
Volviendo al tres de marzo, después de comer, mi prima empezó a encontrarse mal y mi madre llamó al médico, la Doctora, le recetó algo y tuvieron que ir a la farmacia de guardia, recuerdo a mi madre alta delgada con aquella enorme barriga, no perdió su esbeltez a pesar del embarazo. Por entonces, en las farmacias tenían una cajita con cristal en la puerta, anunciando las que estaban de guardia, solo tuvo que subir la calle, en la esquina con la carretera, estaba la del Señor Antonio, el Turmo, como se le conocía en el barrio.
Estaba de guardia, la de la calle Igualdad, no es que estuviese lejos, pero para mi madreen su estado, le pareció kilométrica la distancia.
A las cuatro, bajó mi "mamaica" era mi vecina, desde siempre la llamé así, hasta que perdí su pista hace ya cuatro años, contaba ya con noventa años, y estaba tan ágil como yo la recordaba.
Mi tía, que era algo mandona, le pidió que se me llevara a su casa, parecía que la llegada de la cigüeña era inminente y claro, que hacía allí una mocosa, no sabía ella, que yo no me chupaba el dedo.
Nos subimos las dos a su casa, Mariona, había salido con su novio y Paquita, por aquel entonces estaba en el hospital de San Pablo, oía comentar, que estaba enferma del pecho, pero yo cuándo subíamos a verla, la veía guapísima.
Margarita, que era el nombre de mi "mamaica", intentaba distraerme, decía que aquella noche, la cigüeña había estado rondando por mi terrado, así que seguro que muy pronto tendría un hermanito o hermanita, yo asentía con la cabeza, pero para mí, pensaba, que se creerán que no se que mi madre tiene un niño en la barriga, claro que eso, no podía decirlo y menos delante de mi padre.
Cuándo subía a su casa, me gustaba jugar en la habitación de Paquita, tenía muchas cosas menudas, casitas de muñecas, y libros, sobre todo cuentos, que a mí ya por entonces, me apasionaban.
Desde el balcón, oí hablar a mi padre, que llegaba corriendo casi que empujando a la Latre, la Latre era la señora Antonia, la comadrona, llevaba una enorme pamela y unos largos y blancos guantes, venía de un bautizo.
A los pocos minutos, desde la galería, se oyeron unos llantos de bebé, grité, mamaicaaaaaaa, que ya, que ya, que Yaa...qué, me preguntó, que ya ha...que ya mi madre, me hice un lío, no me atrevía a decir, que ya ha parido y acabé diciendo que ya se fue la cigüeña y dejó el paquete.
Parece que estoy viendo la cara de Margarita, intentando que no se le notara la risa, vamos "botazas" me dijo, que se creen que eres tonta, y bajamos a ver que pasaba.
Allí, en la cama, estaban mi madre y la niña, me dijo, ven nana, mira tu hermanita, me acerqué despacio, como si lo que me quería enseñar mi madre, fuese algo raro y...!por Dios, que la lié bien¡
! Mama, que cosa más fea¡ fueron mis primeras palabras, mi madre se echó a reír y no quiero recordar la cara de mi padre, pero la verdad, es que la niña era fea con ganas.
Poco tiempo pasó, para que la viera, como la niña más bonita del mundo, y no me separaba de ella para nada, mi madre se iba muy temprano a trabajar a las cinco de la mañana, y allí estaba yo, al lado de su cuna, vigilante, por si me necesitaba, fui su sombra hasta que...la vida y las circunstancias, cortaron aquel cordón que nos unía.
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